Hace
ya muchos años, en un encuentro de poetas hispanoamericanos en Sevilla, uno de
ellos se dejó caer con la desconcertante afirmación de que la buena literatura
sólo se puede escribir si su autor o autora no tiene que preocupase por
alimentarse, vestirse o alojarse cada día, y ponía el ejemplo de la estancia de
Rainer María Rilke en Duino, alojado por la aristócrata Marie von Thurn und
Taxis, donde escribió sus maravillosas Elegías.
No
podemos negar que trabajar para vivir nos quita tiempo para otras actividades
más creativas que nos gustaría desarrollar y que, obligados a la subsistencia,
no tenemos tiempo de abordar. Una de las preguntas recurrentes, en este sentido,
es qué sería capaz de hacer la humanidad sin esa necesidad de abastecerse a
cambio de gastar gran parte del día en empleos que nos resultan
insatisfactorios. En los tiempos que corren, a la vez que la vinculación entre
trabajo y subsistencia es cada día menos cierta, surgen propuestas que nos
hacen vislumbrar que la respuesta a esa pregunta está mucho más cerca.
No
hay trabajo para todos. La mayoría de los expertos coinciden en esta realidad y
en señalar a la revolución tecnológica y digital como la gran culpable de ello.
Aunque es una idea que se asume desde hace tiempo y ya va calando
progresivamente en la ciudadanía, no es algo que nuestros gobernantes se
esfuercen en decir muy alto, preocupados en alargar aún la mentira y en engolosinarnos
con la promesa de no sé cuántos miles o millones de nuevos puestos de trabajo. Pero que
se diga más o menos alto, que se preste más o menos atención al tema no debe
impedir que vayamos asumiendo esta realidad.
La
lógica del sistema capitalista, con su tensión entre fuerza de trabajo y medios
de producción, llevó a Keynes a pronosticar una jornada laboral de 15 horas
semanales para 2030 como consecuencia de los adelantos tecnológicos. Sin
embargo, la jornada semanal no sólo se ha mantenido en torno a las 40 horas,
sino que se está prolongando la edad de jubilación, sin importar las grandes
bolsas de desempleo (especialmente entre los jóvenes) que, por estos motivos,
se forman en las sociedades occidentales. A todo ello se suma que muchos de los
empleos actuales no garantizan un salario suficiente para la subsistencia.
Y aún más: muchos
de esos empleos desaparecerán en diez, veinte o
treinta años. Que sean o no reemplazados por otros nuevos no parece la solución del problema. Si no hay trabajo para todos, los estados deberán arbitrar medidas
para que la subsistencia, en condiciones adecuadas, de sus ciudadanos esté
suficientemente garantizada. La idea de la renta básica ciudadana universal
está ya en la
agenda de muchos países y en los programas de varios partidos políticos.
Esta
realidad genera muchas posibles preguntas motrices que pueden transformarse en proyectos
de aprendizaje:
- ¿Hay trabajo para todos?
- ¿Es obligatorio trabajar para
vivir?
- ¿Qué empleos desaparecerán y cuáles
se crearán en los próximos 30 años?
- ¿Cuáles son las ventajas y los
inconvenientes de establecer una renta básica universal?
Os
comparto una serie de materiales encontrados en la red con los que trabajar
estos proyectos:
- Página de la red BIEN (Basic Income Earth Network)
- Y
el trabajo pasó a la historia, por Derek Thompson
- La
paradoja del trabajo, por Enrique Dans
- Estos
serán los 162 trabajos más demandados en el futuro (y aún no existen),
por Héctor G. Barnés
- El
trabajo ya no es necesario, por Franco Berardi Bifo
- El
futuro del empleo y las urgencias en la educación, por Juan Luis Redondo
Consecuencias para la educación
Todas
las suposiciones sobre el mercado de trabajo del futuro dejan en muy mal lugar
a nuestro modelo educativo actual. Es evidente que todo aquello que una máquina
sea capaz de realizar de forma más rápida y segura dejará de ser hecho por el ser
humano. Los empleos del futuro serán aquellos que sólo un hombre o una mujer
pueda y (una vez que con la renta básica tenga sus necesidades cubiertas)
quiera desarrollar. La demanda (y el autoempleo) se centrará en puestos de
trabajo que exijan un importante componente cognitivo y necesiten tanto de la
creatividad como de desempeñarse con determinadas habilidades sociales. Y el
sistema educativo, de momento, no está sirviendo para formar este tipo de
profesionales del futuro (realmente, tampoco lo hace para muchos puestos de trabajo
del presente). Entre otras necesidades, una mayor presencia de la tecnología digital se hace poco menos
que urgente para paliar mínimamente este déficit.
La
noción de fracaso escolar cambiará necesariamente en el futuro. Ya no se
tratará de una cuestión perjudicial para la sociedad (pero con un fuerte componente
individual: es la persona quien sufre ahora, fundamentalmente, las
consecuencias de su mala formación). En la sociedad futura, el individuo que
fracase en la escuela será incapaz de aportar nada y se conformará con
subsistir, limitando así los beneficios que para el colectivo pueda tener el
esfuerzo de garantizar una renta básica.
Pero
si no se reforma pronto y en profundidad nuestro modelo educativo, esta
situación se presenta muy posible. Como dice Ken Robinson en su conocida charla, “si
vieras la educación como un extraterrestre (...) creo que tendrías que concluir
que el propósito de la educación pública en todo el mundo es producir
profesores universitarios”. Una vez más, la realidad nos avisa de que algo tenemos
que cambiar. Y esta vez no valdrán maquillajes superfluos.
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