La sucesión de MOOCs, la masificación de recursos, y
probablemente el ritmo vital de nuestros días, han potenciado un situación que
vengo constatando, echando un vistazo a la red, y que consiste en un cierto enloquecimiento por parte del profesorado por ir deprisa,que no nos da tiempo a terminar el temario, a toda velocidad, por demostrar que su alumnado maneja una
inmensa cantidad de herramientas, a ser posible hiper novedosas, para estar
en la onda, ir con prisa y sin pausa, y sin preocuparnos de las necesidades reales de nuestro alumnado, de
esos chicos y chicas que, aparte de al Inglés, a la Historia o a la Plástica, se dedican a
tocar la guitarra, ocuparse del hermanillo pequeño cuando los padres están
ocupados, practicar el taekwondo o simplemente a hacerse selfies en los botellones de rigor… lo que viene siendo la vida,
que eso es también aprendizaje… pero esa es ya otra historia.
Y es algo en lo que todos caemos, o podemos caer: En dejarnos
cegar por lo epidérmico, por el temario, por la herramienta, por la aplicación móvil, por tal o
cual tendencia metodológica, pero, sobre todo, por la velocidad. Apenas
asimilada la herramienta, pasemos rápido a otra, para mayor gloria del docente
en ese efímero y etéreo estrellato que proporciona la red.
Crédito de la imagen Image:
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Es por eso que cada vez estoy más convencida de lo vital que es
ir pasito a pasito, de lo necesario e imprescindible de comenzar con cosas
pequeñas, con actividades que no por ser más sencillas, son menos efectivas.
Porque de lo que se trata era de enseñar, no de embutir TIC por narices, o
realidad aumentada a ultranza, por ejemplo, porque es lo que hay que trabajar en nuestros
días. Obviamente, esto es algo en lo que cualquiera puede caer. Y caemos, sin
remisión, como en un extraño remix tecnologizado de la leyenda de Dédalo
e Ícaro.
Mi reflexión, por tanto, es también relativa a la velocidad, a
la necesidad de atender a los procesos, como parte imprescindible del
aprendizaje, a la necesidad de atender a
la calma y al sosiego también en educación, también en nuestros días, también
en la época de los selfies.
Y esto me lleva a hablar de lo que se viene llamando ya hace
algunos años slow education una tendencia
que fomenta dar al
estudiante tiempo para aprender, lo que necesariamente implica que el
profesor también se toma tiempo para la reflexión, para enseñar a ser, enseñar
a vivir juntos, enseñar a hacer y a aprender, y emocionarse con lo que hace…para
favorecer esa educación que todos queremos,como profesores y como personas.
Un tipo de educación que aúna los cambios metodológicos más disruptivos con el sosiego reflexivo que posibilita el verdadero,y lento aprendizaje,como es lento el crecimiento de una plantita, pero no por ello menos abrumador, no por ello carente de belleza, como esta profesión que nos apasiona, como la vida misma.
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